Dijo el jorobado: si pudieras hundir tus manos en mi carne, como lo hizo Tomás a través de la llaga, y tocar mi corazón, te quemarías. Dijo el ciego: si pudieras traspasar mis pupilas y zambullirte en ellas como en una laguna, su pureza te deslumbraría.
Pero en vano es soñar, porque la noche del alma no presagia una aurora.