El cuadro


La casona de los Evangelli, o más propiamente dicho el casco de la hacienda, estaba situada en la orilla sur del río, donde comenzaban las vastos pastizales en los que el ganado de la familia se había criado durante generaciones. Tenía cuatro corredores, cada uno de ellos abierto a uno de los puntos cardinales, una galería de invierno y otra de verano, la sala de estar y el comedor, más de veinte habitaciones dispuestas en dos pisos, varias cocinas, aparte de otros edificios anejos como las galeras para la peonada, corrales, una tienda y hasta una pequeña capilla donde se celebraban misas particulares para los propietarios. Pero la pieza reina de tan enorme conjunto era el salón. Mediría más de cien metros cuadrados y estaba diseñado y decorado al estilo inglés, aunque las sucesivas remodelaciones y las distintas manos fueron dejando sus señas de identidad y creando un estilo único, tan fastuoso como recargado. Las paredes estaban forradas de papel pintado y en su casi totalidad cubiertas con adornos de muy diversas procedencias y estilos: entre retratos familiares y escenas de caza se intercalaban armas de todas las épocas, incluido el presunto sable del general San Martín, cuernas de ciervos, toros y antílopes, recuerdos exóticos, pájaros disecados, un tapiz oriental adornado con hilo de oro, algunas láminas impresionistas con flores y nenúfares, miniaturas de vírgenes con el niño en brazos, bodegones, viejas fotografías mal enmarcadas y, al final de la pared norte, sobre la pianola y casi retrepado en la esquina, un paisaje fluvial.

Primer premio en el XVIII concurso de narraciones cortas Villa de Torre Pacheco

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