No fue sino hasta mucho después, cuando acabó la guerra, que Meregildo contaría a un grupo de reporteros, ávidos de hechos sangrientos, la historia del delator. Meregildo hablaba como el niño que recuerda una travesura, salpicando el relato de sonrisas abiertas que le iluminaban la cara y pasándose la mano con frecuencia por un pelo oscuro que empezaba a ralear. Sin embargo, sus ojos de mirada dura y fría desmentían las palabras ligeras.
El delator era un mal hombre, advertía a la audiencia, y su dedo estaba tan manchado de sangre ajena que no le bastarían dos eternidades para limpiarlo; aunque sus razones debía tener para hacer lo que hacía, aclaraba, porque la conciencia, a lo que parece, la tenía despejada.
Una tarde calurosa y húmeda, Meregildo había ido a sacarlo de la estructura de lámina y madera que hacía las veces de cárcel: Ya es hora de que trabaje y se gane la comida que le estamos dando. El delator estaba acuclillado en un rincón, tapándose los ojos con las manos atadas y parpadeando por la súbita invasión de la luz. Tenía el cuerpo entumecido y le costó dar los primeros pasos, pero observaba el campamento con la mirada de un niño: el sombrajo donde torteaban las mujeres, la clínica improvisada donde un médico intentaba coser una mano, un árbol frondoso bajo el cual una maestra-niña enseñaba las letras a torpes aprendices, champitas improvisadas entre las sombras.
El delator
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5 respuestas a “El delator”
Incredible post, my friend
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A mí también me ha gustado pero en español ¡eh!. Me llega esa veta anarco que tiene el micro cuando dice que la justicia «es ciega y manca y voluble y ciertamente poco justa». Sigue así. Honoooooor!!
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Me alegro que les gustara. Honoooor!
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Me alegro que os gustara. Honoooor!
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Me gustaría compartir con ustedes mi blog sobre literatura y cuentos salvadoreños con un toque diferente.
Además si tú lo permites podría poner un link link de ustedes en mi página.
Gracias
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